jueves, 10 de diciembre de 2009

Te quiero


TE QUIERO

Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro
tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero
y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola
te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Mario Benedetti


miércoles, 9 de diciembre de 2009

El Guardapelo


El Guardapelo
Carlos Gagini

El baile estaba en su apogeo. Sobre el entarimado cubierto de lona se deslizaban centenares de parejas al compás de un vals arrebatador, con la serenidad y la elegancia de los cisnes que escarcean en apacible lago. Todos los pechos estaban palpitantes, todas las mejillas encendidas, todos los ojos resplandecientes de placer; solo en el hueco de una puerta un joven alto y simpático seguía con mirada indiferente los vertiginosos giros de la danza, haciendo un gesto extraño, mezcla indefinible de impaciencia y de fastidio. De cuando en cuando alguna señorita le saludaba al pasar con amistosa sonrisa un caballero le dirigía la palabra: él respondía cortés y brevemente, y continuaba mirando el desfile de la abigarrada muchedumbre cuyos cabrilleos semejaban las infinitas y vistosas combinaciones de un caleidoscopio Sin embargo, cualquier desocupado habría podido advertir en aquel rostro de hielo una sacudida nerviosa cada vez que a la puerta se aproximaba una de las más bizarras parejas, y aún ciertas miradas de inteligencia cambiadas con la rapidez del relámpago entre el impasibleespectador y la joven valsadora Era esta una de esas mujeres que pueden calificarse de peligrosas: de cuerpo bien modelado, hermosura deslumbradora y altivo porte, reunía a tantos atractivos una coquetería casi infantil, de irresistible poder y embriagadora seducción, sus ojos, ovalados de largas pestañas, fulguraban como dos diamantes negros heridos por el sol; la nariz de corte picaresco y atrevido, los labios algo gruesos y la barba dividida por delicioso hoyuelo daban a su fisonomía expresiva malicia; y su risa franca y la gallardía de sus ademanes y movimientos denunciaban a una de esas reinas de salón, acostumbradas a las conquistas y hastiadas de uncir nuevos esclavos a su carro triunfal. Fuese premeditación o casualidad, al terminar el vals ocupó nuestra heroína un sillón cercano a la puerta donde permanecía todavía inmóvil el personaje que con tanta insistencia la había estado mirando. Ancho carro de galanes se formó en torno a la beldad, disputándose el favor de una palabra o el tesoro de una sonrisa; pero a poco el caballero de la puerta se acercó pausadamente, y abriéndose paso entre los cortejantes presentó el brazo a la dama. Ella se levantó entonces cual si fuese cosa convenida de antemano, y ambos atravesaron por la sala en medio de los murmullos y secreteos de los que notaron la salida de la gentil pareja. ***** Por fin estaban solos, frente a frente, en uno de los gabinetes de descanso contiguos a la sala. Por la rendija de las dos pesadas colgaduras de terciopelo granate penetraba el inmenso murmullo de la concurrencia, como el continuo y sordo rumor de un mar invisible. Se respiraba un ambiente tibio y saturado de emanaciones voluptuosas. Ella, con el codo apoyado en la consola, le miraba con aire burlón y risueño; él, serio, sombrío, jugueteaba con el abanico abandonado sobre el mármol. -Angelina, dijo él después de embarazoso silencio: dentro de un rato me retiraré del baile, pero antes quiero cumplir la promesa que hice a usted esta mañana. -Puede usted comenzar cuando guste, Camilo- replicó ella mordiéndose los labios como para contener la risa, pero disimulando mal la turbación que le embargaba: no parece sino que va a hacerme una declaración amorosa. -No se equivoca usted: es la declaración que usted esperaba hace mucho tiempo. -¡Camilo! - Veo que la lastima mi ruda franqueza y le pido mil perdones, pero no retiro mis palabras. Usted, acostumbrada a ver rendidos a sus pies los galanes más rebeldes, cansada de responder a infinitas declaraciones amorosas; usted que leía en mis ojos la pasión que me estaba consumiendo, se sentía ofendida por mi silencio y ha debido preguntarse muchas veces con despecho: “¿cuándo caerá este?”. Pues bien, yo, más orgulloso todavía que usted me habían jurado no proporcionar nunca esa satisfacción a su vanidad de mujer: he luchado mucho y… ya lo ve usted, he salido vencido y vengo a arrastrarme a sus pies como los demás. ¿Está usted satisfecha? Angelina se había puesto seria. Otra pareja penetró en el gabinete obligando a Camilo a bajar más la voz. -Usted no ignora que dentro de quince días me uniré en matrimonio con una señorita hermosa, sencilla y buena, que me adora como un dios sin sospechar la bajeza y falsedad del hombre a quien va a dar su mano. Si, fue una infamia. Cuando en presencia de sus honrados padres prometí llamarla mi esposa, cuando después a solas le juré amarla eternamente, un rayo del cielo debió haber castigado mi perjura lengua… -Pero si usted no la quiere ¿por qué se va a casar? ¿No sería mejor acabar con ella? -Porque es demasiado tarde para retroceder y sería vil, inicuo, matar ilusiones que yo propio hice brotar en un alma candorosa; porque romper el compromiso es asesinar a una pobre niña por el crimen de amarme mucho; mientras que casándome con ella labro mi desdicha, es cierto, pero ella será feliz y yo haré lo posible por no disipar su ensueño. Antes de conocerla a usted; Angelina, soñaba yo con las delicias de un hogar tranquilo, presidido por una mujer virtuosa, sencilla, casera en una palabra; entonces fue cuando encontré a Luisa y me dije:”esa es la mujer que busco” Le hablé, frecuenté su trato y llegué a forjarme la ilusión de amarla: ¡fatal ilusión que ha dado origen a una cadena de mentiras sinceras! Usted me arrancó la venda de los ojos, haciéndome comprender la insipidez de amores tan… burgueses. Entonces pensé que un alma como la mía necesitaba otra alma apasionada y fogosa, capaz de cualquier sacrificio, llena de grandeza y poesía, me avergoncé de contentarme con un amor vulgar con ese cariño apacible que en el matrimonio se transforma en simple deber. En aquel instante se oyeron los acordes de la angustia que preludiaba una mazurca; la otra pareja que estaba en el gabinete se marchó al punto; pero Camilo y Angelina no se movieron y él prosiguió con viva emoción:
-Usted es la única mujer que puede hacerme dichoso, por usted, solo por usted estoy dispuesto a sacrificar mi honor, mi vida, mi conciencia; dígame que me ama, que se casará conmigo, y rompo al punto con Luisa, auque tenga que marcharme para siempre de Costa Rica.
Algunos caballeros entreabrían de cuando en cuando las colgaduras, buscando sin duda a sus respectivas parejas, y sonreían maliciosamente al mirar a los dos jóvenes; pero ellos no parecían advertirlo siquiera.
-Voy a corresponder a su grandeza con otra mayor; dijo al fin Angelina visiblemente conmovida: usted, no me es indiferente ¿a qué negarlo? Pero tampoco lo amo: las mujeres como yo no pueden amar. Huérfana desde muy niña, criada por parientes vanidosos y ricos en una atmósfera de frivolidad y escepticismo, educada para brillar en el mundo y viviendo de continuo en una sociedad tan elegante como corrompida; yo, que me he mofado de santos afectos y jugado con el amor de los hombres; yo que miro en el matrimonio únicamente el fin de una libertad agradable; yo… no me casaré nunca.
El joven dobló la cabeza sobre el pecho, abrumado por el tono firme y terminante con que estas últimas palabras fueron pronunciadas; ella, dulcificándose un tanto, prosiguió con voz temblorosa:
-Pero aunque yo cambiase de modo de pensar, aunque le amara a usted apasionadamente, jamás aceptaría su mano a trueque de la infelicidad de una niña inocente y la deshonra del hombre a quien amo. Cásese usted con Luisa, lo digo con sinceridad: estoy persuadida de que será modelo de esposa. Yo he nacido para vivir en los salones, para aturdirme en las fiestas, para ser la estatua fría y sin corazón a cuyos pies se quema inciso vanamente. Usted merece mucho más, yo no podría hacerle dichoso: olvídeme, efectúe su matrimonio, váyase de Costa Rica.
-¿Esa es su última palabra, Angelina? Articuló Camilo con el rostro lívido y levantándose bruscamente.
-Si- contestó ella densamente pálida, aunque con voz firme, poniéndose también de pie; pero al ejecutar el movimiento se desprendió de su cuello un guardapelo de oro, que representaba un corazón incrustado de rubíes. Recogiolo Camilo; mas cuando fue a devolverlo le miró ella de tan expresiva manera, sin hacer ademán de recibir la joya, que él no insistió; y guardando el medallón y dando el brazo a la beldad, murmuró a su oído, mientras le oprimía la mano rápidamente:
-Gracias, lo conservaré toda mi vida.

*****

Dos semanas después se verificaron las bodas de Camilo y Luisa. No fueron aparatosas ni esplendidas como correspondía a la fortuna y elevada posición de los desposados. Casáronse un domingo y partieron al día siguiente para Europa, donde proyectaban permanecer uno o dos años. Todos envidiaban la felicidad de la enamorada pareja, augurándole eterna luna de miel: solo una mujer veía el fondo tenebroso de aquel paraíso y sabía el infierno que llevaba en el alma uno de los viajeros.

*****
Una noche en que se daba un gran baile de suscripción en el hotel de Benedictis y en que Angelina, como de costumbre era objeto de abrumadores obsequios, advertíase en su rostro una melancolía inusitada.
-Pero ¿qué tiene usted esta noche Angelina?- le decía el general X- viejo mujeriego, atusándose los bigotes dirigiendo miradas sensuales a los desnudos y provocativos hombros de la bella. Está usted así… no sé cómo…
Ella contestaba sonriendo que no tenía nada, cuestión de nervios y que era una tontería empeñarse en que algo le pasaba; pero la verdad es que se hallaba triste sin saber por qué, y la animación creciente del baile parecía nublar más y más su frente de reina.
En un momento que la casualidad la llevó a un asiento cercano a la señorita Ramírez- una de sus íntimas amigas – ésta pasados los saludos y trivialidades de estilo, le dijo con el tono más natural del mundo:
-Supongo que ya sabías lo de Camilo Aranda, aquel muchacho que hace ocho o diez meses se casó con Luisa Velasco y que según malas lenguas estuvo enamorado de ti.
Indescriptible fue el efecto producido por estas sencillas e inintencionadas palabras: Angelina palideció primero, luego se puso colorada, sin poder articular una sílaba.
-¿Con que ya lo sabías? – prosiguió la señorita Ramírez al notar la alteración de su amiga. ¿Verdad que es horrible?
-¿Qué quieres decir? – logró al fin balbucear Angelina: no comprendo a qué te refieres.
-¡Hija, si lo sabe ya medio San José! Yo leí la noticia en el Correo de la Tarde, cuando comenzaba a vestirme para el baile. Parece que Camilo y Luisa después de viajar algunos meses por Europa, habían fijado su residencia en Cádiz. Según decires, hacía algún tiempo que no se llevaban bien, probablemente porque tu antiguo novio se enredó con alguna… de poco más o menos. Es decir, esto no pasa de ser una conjetura sacada de lo que ahora voy a contarte. Una tarde en que Camilo estaba solo en su cuarto y Luisa había salido, los criados de la fonda oyeron una detonación; cuando acudieron encontraron a Camilo caído sobre su escritorio y con la cabeza destrozada de un balazo. En la mano izquierda cerrada fuertemente, tenía un guardapelo, un corazón de oro incrustado de rubíes, con un diminuto retrato de mujer. El periódico trae todos estos detalles: ¿qué te parece?
Angelina no contestó; con la cabeza inclinada y el pecho palpitante, no echó de ver que empezaba ya otra contradanza hasta que un caballero se acercó a recordarle una pieza comprometida.
Entonces aquella mujer que tantas veces había jugado con el amor, aquella reina altiva acostumbrada a uncir cada día nuevos esclavos a su carro triunfal, aquella estatua de carne inconmovible y despiadada, se levantó maquinalmente para salir a bailar; pero una lágrima de fuego se deslizó lentamente por su mejilla aterciopelada.
Y cuando silenciosa y triste se confundió la joven en el torbellino de alegres parejas aquella lágrima que temblaba aun en su faz demudada brillaba con las luces del salón como diamante purísimo caído casualmente sobre pálida corola de una azucena.